domingo, 10 de febrero de 2013

El pueblo de Amatitlán se libera por sus medios de la escoria de la revolución

Entonces, vino otra gente de esa otra vuelta andaban preguntando, llegó allá al centro, dicen que le dijo el presidente que le dijera que ricos había ahí en Amatitlán, ¿Qué ricos había?, ¿dónde estaban? Y el presidente no quería decir, porque son gente de ellos, de su pueblo, no quería decir; dice —si no escribes los nombres, ¡te matamos! — y tenía miedo el presidente. Ahh que ingratos mano, fueron a una tienda onde estaba tía difunta Lupita y empezó sacar todita la gente, maletas de ropa, las cajas de jabón, de pan, de ¡toditito!, barrieron toda la casa, la tienda, ¡cabrones!


Bueno, acabaron todo, cargaron los caballos, levantaron todito, van los caballos con las cosas que llevaban y que se agarran al presidente, se lo llevaron y entonces como el presidente hablaba en mixteco con su gente dice: —-no me vayan a dejar con estos hombres que tan feo me van hacer— en mixteco, y ellos dijeron —vámonos—; y entonces los siguieron los del pueblo, los fueron siguiendo por la loma del coco, de tan rápido que iban, iban tirando la ropa, el pan , pus toda la gente los iba siguiendo, disparando, con piedras, gritando, y llegando a la loma del coco abajito nada mas ontaba la barranca, ahí fue y estaba una amate amarilla estaba re´ altísima, pero como decíamos que hay barranca, corre el agua y queda el hueco y entonces como vieron que ya venía la gente que va y que se mete uno debajo de esa amate, llegaron ahí (los del pueblo),que llegaron ahí, y de ahí se metió uno debajo de ese amate, luego llegaron ahí, estaba mirando pa arriba un hombre y cuando lo ven que le cargan rifle y lo matan y los otros los habían visto que ahí estaban, pus los mataron a todos, había un tiroteo y el presidente ya no se fue, se libró el ¡pobrecito!. Pero hacían muy feo también, eran ladrones no eran otra cosa ya no eran de la revolución, pues si ya no, eran ladrones y ahí se acabó todo y quien sabe hasta donde se sabía que Amatitlán es valiente, así se acabaron esos hombres malos.

Fuente: Relatos Históricos de mi pueblo: San Miguel Amatitlán. Autor: Juan Carlos Bonilla Durán

Batalla en Amatitlán entre zapatistas y Carrancistas en 1917

Este, ya después entonces la revolución que fue entonces, ya no aguantaba el pobre presidente tan mal le fue, que ni querían quedar, no que ahora; las milpas que sembraba la pobre gente, le robaban, se lo llevaban su maíz, tábamos chicos. Entonces, los zapatistas rodearon el pueblo por unos días y fue entonces que mandaron a uno (del pueblo) para que fuera a avisar que al pueblo lo tenían apresado y con su machetito y su mecatito, así se salvó y así fue cuando se acabó la revolución y pidió auxilio con el difunto Juan Herrera (Huerta, de Gpe. Santa Ana, Pue.), con ese pidió el auxilio porque no se aguantaba, las mujeres las muchachas se las llevaban, las mujeres se las agarraban delante de su marido, por eso el presidente no le pareció el pobre señor allá en Acatlán preguntó dónde vivía difunto Juan Herrera, que le dicen y que llega, que les pregunta, les dijo que -allá están todavía están haciendo feo-, que llama a su hijao que era Teófilo García (Huerta, Gpe. Santa Ana, Pue.), de su hijao de Juan Herrera y entonces llamó a toda su federación, —mira— dice —que con Martín (Herrera), pide auxilio Amatitlán, hay que darlo— dice. Ya el difunto Juan Herrera se vino acá ansina pa’ bajar en Yucunduchi y ya el difunto Teofilo García ese bajo pa’ Mariscala, de Mariscala se vino para acá cuando el difunto Juan Herrera tocó con el clarinete que traía; ese tocó cerca de Santa Cruz, cuando él (Teófilo) respondió aquí en Tenería, ¡ayy, la gente así andaba aquí!, ¡el revoltijo!, así andaban, ¡los ingratos!, ¡Jesús!, pero dicen que hubo una mortandad mano, ¡ qué toditos se acabaron! ¡ni uno quedo! de los que estaban ahí, zapatistas, toditos se acabaron, ya el mero viejo, el mero viejo no lo hallaban, pues que se sentó quien sabe cómo le hizo no le tocó la bala, al caballo le tocó y ya al caballo quien sabe como le hizo que lo levantó, lo rajó en su barriga del caballo y se mete adentro, se metió adentro en el caballo y ya de ahí, enton’s ya que se acabo todito; ahí mismo el animal tirado. A levantar armas y ya otro se vino pá donde están tirados y dicen que luego llegó, se paró y ve el caballo, pensó que la bala le había salido pero no partido y que empieza dicen, a desatar la montura, la montura era creo de trapos y al hacerle así al caballo entonces sale el hombre, dice:


—Amigo, no sean cobardes, no me mates— dice, —te doy mi pistola, te doy mi dinero— dice, —no digas nada, ¡déjame! — dice; pus el otro ya que le estaba dando la pistola y le agarro el dinero, ¡lo agarró!; —cállese pues— dice que le dijo, —cállese— y se fue el otro.

Y cuando el hombre se había salido, ya que se había salido y (el otro) con la montura, que serán tontos, que lo vieron los otros , que lo vieron otros soldados que salió de ahí, pegó la carrera , salió hecho un asco dicen, de adentro del caballo; ¡lo mataron!, ¡es que se vino acabar todito eso!. Porque nosotros no aguantábamos, no aguantamos todo eso. Esos llegaron llegaron al pueblo (y lo tomaron), entonces paso eso.

Y ya pasó eso y llegó la enfermedad, el tabardillo, ¡Jesús!, andaba acabando esa peste con la gente, hubo una mortandad que ni los zapatistas se querían acercar cuando les decían que había un enfermo en la casa, se iban corriendo, el pueblo se quedó vacío, nomás de repente se enfermaba la gente y caía con dolor de cabeza, vómito, diarrea y nadie se quería acercar porque se contagiaba, con un palo le daban su atole porque otra cosa no podía comer. Entonces una vez dicen que fueron a enterrar al panteón a varios que la peste había matado, hicieron el hoyo y los avientan, entonces uno que despierta, que vuelve y decía: — ¡tole!, ¡tole!, ¡tole! —. Y que agarran y dicen — ¡Que tole ni que tole! ¡Cierra l´ojo, ahí te va el tierra!, ¡Jesús!, que le echan tierra, ¡ya no se podía salvar!

Fuente: Relatos históricos de mi pueblo: San Miguel Amatitlán. Autor: Juan Carlos Bonilla Durán

Revolucionarios de Amatitlán

José Herrera Martínez 

El profesor José Herrera Martínez  originario de Amatitlán, se enroló en la revolución con los zapatistas y estuvo bajo las órdenes del Gral. Lorenzo Salazar. En 1924 empieza a dar clases como profesor municipal y  en 1926,  como profesor federal con 54 años de servicio, recibe la medalla Maestro Ignacio Altamirano por 50 años de servicio en la educación del pueblo de México, este diploma  y la medalla le fue entregado de manos del  Presidente de la República Lic. José López Portillo en la residencia de los Pinos en  el año de 1978. Fue presidente municipal de 1969-1971. Padre del profesor Jacobo Herrera Salazar quien fuera diputado por Oaxaca.
En el seno de una familia originaria de Amatitlán nació el 15 de agosto de 1904 y murió en el mes de julio de 1996, siendo sus padres el Sr. Gabino Herrera Bazán y Dña. Rafaela Martínez Tapia.
Sus estudios primarios los realizó en la escuela municipal del pueblo, sus profesores fueron Nicolás Sánchez, Guadalupe Barragán,( de Ayuquililla) y Filadelfo Ramírez. En sus ratos libres ayudaba a su padre en la compra de sombreros, de ganado vacuno y caprino; algunas veces lo acompañaba a entregar sombreros a Tehuacán y el trayecto lo hacían en tres días caminando desde las cinco de la mañana hasta las seis de la tarde.

A temprana edad se enroló en la revolución con los zapatistas y estuvo bajo las órdenes del Gral. Lorenzo Salazar. Participó en algunas batallas en San Jorge Nuchita contra los carrancistas que estaban al mando del Gral. Medina; estuvo en la batalla de los encinos largos donde emboscaron al gral. Lorenzo Salazar.En la batalla de Escanilpa fue herido en una pierna y derrotaron a los federales los cuales sufrieron 72 bajas, de la herida que sufrió en esa batalla lo estuvo cuidando un revolucionario llamado Cipriano Villa que era su amigo; en la batalla de Tamazola no participó porque estaba herido. LLegó a obtener el grado de Capitán segundo y él era el encargado de dar las órdenes tocando la corneta. Cuando la revolución ya estaba terminando se fueron a indultar a Silacayoapan.

Fuente: Un Municipio de la mixteca oaxaqueña: San Miguel Amatitlán. Juan Carlos Bonilla Durán

La muerte del Gral. Lorenzo Salazar


El capitán Herrera de Guadalupe Santa Ana.Pue; se informó de los acontecimientos del día anterior, e inmediatamente mando soldados que cortaran caminos y veredas a San Marcos con el objeto de que nadie pasara a informar al general Salazar que iba a batirlo por ese lado. Envió un explorador a San Marcos, y después de tomar un breve desayuno que le obsequio el buen amigo Serapio Arias, salió con su gente a ocultarse en el Cerro de la Cruz.

A las 10 de la mañana regreso sudoroso el explorador, informando al capitán Herrera de la emboscada. Que el general Salazar, después de una juerga de casi toda la noche, se preparaba a salir para reunirse con Olarte y Salazar.

Con esta información, el capitán Herrera dispuso salir inmediatamente a interceptar el paso del general antes de que se incorporara a su gente en Los Encinos Largos. La misma persona que fue a explorar a San Marcos lo guio por veredas, cruzando la montaña, para salir al lugar del camino apropiado, cortar al general Salazar de su gente, y acabarlo.

No le falló su plan ni el tiempo que había tomado, no había caminado 300 metros por el sendero que va a Los Encinos Largos a San Marcos, cuando en un recodo se encontraron con el general Salazar que venía con sus 5 hombres, completamente confiado por saber que tres kilómetros adelante lo esperaba su gente emboscada, para no dejar pasar ni una mosca sin el permiso de Olarte y Salazar.

Con tio Juanito Herrera calculaba que no tardarían mucho en encontrarse con el general Lencho Perro, y sabiendo cómo se las gastaba este, mando de vanguardia a su sobrino [el coronel] Teófilo García, quien montado en su magnífica mula prieta y su pistola ametralladora Thompson, era el mismo demonio peleando.

Así iba Teófilo en esa ocasión, muy listo y atento, cuando oyó el tropel de los caballos del general Salazar. Hizo una seña a los que lo seguían, y el preparo la mula y la Thompson.

El camino es estrecho y solo puede caminar en fila un caballo tras otro. Pero en este lugar del histórico encuentro para mi región, había un terreno semiplano y descampado como de 80 metros cuadrados.

Ahí se detuvo Teófilo, debidamente preparado para el encuentro. Segundos después, despreocupado y platicando con los suyos, el general Salazar asomaba a la vuelta del camino. Al reconocerlo, Teófilo aventó la mula sobre el caballo disparando la Thompson de arriba abajo para matar al mismo tiempo jinete y cabalgadura. Confirmando el valor que le había dado gran renombre (Lencho perro), el general Salazar levantó su caballo y a su vez se le aventó a Teófilo, a tiempo que sacaba su rifle. El caballo, de gran clase como la de su jinete, obedeció a la rienda y se paró de manos para echarse sobre Teófilo. Pero este ya había pespunteando a los dos con la ametralladora, de modo que al caerse el caballo sobre sus cuartos traseros, se desplomo y cayó muerto sobre la pierna izquierda de Salazar.

Al caer éste, inmóvil por la pierna prensada bajo del caballo, en el postrer instante de su vida tuvo la energía de disparar el último tiro al que la vida se la quitaba. Y lo hizo con tan buena puntería que también le hubiera partido el corazón a Teófilo.

Pero el ineludible destino no lo tenía dispuesto así: la bala fue a pegar en el mango delantero de la Thompson. Voló la madera, y el cañón de la pistola desvió la bala, salvándolo de la muerte.

Sonriendo nerviosamente, Teófilo contemplaba poco después al general Lencho Perro, valiente entre los valientes muerto ahí, con un gesto de desesperación en su bronceado rostro, cual mueca de desprecio a la muerte con la que tanto había jugado sobre su famoso caballo el trueno.

La parca había triunfado al fin. El general Lorenzo Salazar pasó a la eternidad el 11 de julio de 1919.

El capitán Juan Herrera, don Hilario Jara y Teófilo García, colocaron el cuerpo de Salazar a la sombra de un árbol. Recogieron sus armas y salieron violentamente sobre la gente que tenía puesta la emboscada en los Encinos Largos. Los atacaron sorpresivamente por el sur mientras los esperaban por el norte.

La derrota fue espantosa. Don Hilario Jara gozó tratando de lazar al general Olarte para cogerlo vivo. Lo perseguía a corta distancia, cuando el caballo de este perdió las manos y rodó en un desfiladero. Olarte se levantó y siguió corriendo entre la barranca cubierta de vegetación, donde era imposible que don Hilario pudiera seguirlo, y así escapó.

Los de Salazar perdieron 12 hombres, 21 caballos, sobre todo a su general Lencho.



Fuente: Escamilla José Pascual y Escamilla Guadalupe G.2003. “ Memoria de Acatlán”. Pag 67,68

LA TOMA DE TEHUACAN EN 1914



Por el señor Juan Manuel Gámez Andrade.

El 21 de octubre de 1914 más de ochocientos hombres armados comandados por Higinio Aguilar irrumpieron en la población de Tepanco, saqueando los comercios, allanando las casas particulares y destrozando los muebles de las oficinas públicas; el alcalde Antonio Carrillo avisó al de Tehuacán que los rebeldes amenazaron con hacer lo mismo en esta ciudad, por lo que inmediato se dio la voz de alarma.

En tanto aquí los elementos del 16°Cuerpos Explorados amenazaron con dejar sin protección a Tehuacán, si no les pagaban sus sueldos, además que al irse saquearían los comercios. Ante lo grave de la situación del general Lechuga y los representantes de los comerciantes locales acordaron otorgar un préstamo por 400 diarios para no dejar la ciudad a merced de los rebeldes que ya se acercaban peligrosamente por el rumbo de Tepeteopan.

Al día siguiente, o sea el 22 de octubre a las 7:45 horas más de mil hombres encabezados por los ex federales (que se habían cambiado con los zapatistas) Higinio Aguilar, Benjamín Argumedo, Juan Andrew Almazán y José Trinidad Ruiz llegaron a terrenos de la hacienda de San Lorenzo y al pueblo de Teotipilco y desatándose de inmediato un nutrido combate contra las fuerzas del general Juan Lechuga que resguardaba a esta ciudad.

Media hora después, los rebeldes pusieron avanzar y llegar hasta la estación del ferrocarril, escenario de una cruenta batalla que se cargo a favor de los rebeldes al contar con una notable superioridad sobre los escasos 200 rurales y un puñado de civiles que se vieron obligados a participar para defender sus vidas y su patrimonio. A las diez de la mañana hubo un cese al fuego, pero una después se reanudaron las hostilidades colocando los rebeldes dos ametralladoras en la hoy esquina de las calles 1 poniente y 4 sur, disparando contra las torres de la parroquia, hoy catedral, desde donde un puñado de civiles respondían débilmente; había francotiradores apostados a la iglesia del Carmen, en las azoteas del almacén El Puerto de Barcelona y de la casa del señor José Manuel Ostolasa, hoy cine Santander.

El sistema de defensa que implantó el general Lechuga solo abarcaba las calles actualmente conocidas como 2 poniente, avenida Independencia poniente, 1 y 3 poniente. Por tal motivo la resistencia duro muy poco y a cerca de las doce del día en la 1 poniente entraron a caballo los jefes rebeldes, Argumedo, Aguilar, Almazán y Ruiz llevando la guardia de los clarines que tocaban la marcha dragona y una pequeña escolta. Minutos más tarde el saqueo se generalizó en las principales casa de comercio del centro, aprovechando que el general Lechuga había huido de la ciudad con rumbo desconocido.

A las tres de la tarde, los generales rebeldes reunieron en el Casino a las personas más acaudaladas e importantes de Tehuacán para exigirles 100,000 pesos a cambio de detener la depredación. Resalto la actitud del señor Manuel Haza quien ofreció todo lo que había en su almacén la Barata para que no le siguieran haciendo mal a los comerciantes y siguieron asiéndole mal a Tehuacán, por los ex federales se negaron a aceptar la propuesta y solo dejaron en libertad a estas personas cuando pagaron 20,000 pesos del total que exigían.

A las 20 horas el panorama era desolador las calles del poniente de la ciudad presentaban un dantesco aspecto con cadáveres regados sobre la 1 y 3 poniente, aun los soldados se dedicaban al pillaje y al secuestro y ultraje de mujeres. Esa noche nadie durmió en Tehuacán, ya que unos se escondían temerosos de ser asaltados o asesinados, otros buscaban a sus familiares y amigos desaparecidos y unos cuantos recogían en carretas los cuerpos esparcidos en las calles.

El día 23 a las 12 horas, Higinio Aguilar Exigió al alcalde Mariano E. Domínguez la entrega de 200,000 pesos por abandonar la plaza o de lo contrario iniciaría el fusilamiento masivo de un grupo de comerciantes que mantenían encerrados en el casino. Con grandes esfuerzos lograron reunirse 27,000 pesos que al ser entregados a Aguilar este burlonamente dijo que lo devolvería “ya que solo era un préstamo”.

Antes de retirarse por el poniente de la ciudad, los rebeldes colocaron más de 60 cadáveres en unos carros estacionados en los patios de la estación del ferro carril y les prendieron fuego poniendo en circulación las locomotoras que volcaron metros más adelante.

El día 24 de octubre el alcalde Mariano E. Domínguez rindió el parte de los hechos ocurridos dos días antes, y decía: “a las 7 y 45 minutos de la mañana del 22 se pusieron en contacto las fuerzas que guarnecían esta ciudad con las Hordas que comandaban los ex federales Benjamín Argumedo, Andrew, Almazán, Higinio Aguilar y otros, en terrenos de la hacienda grande a tres kilómetros de distancia a esta misma cabecera, en número de más de 1000 hombres a aproximadamente, entablándose un reñido combate en que tres veces fueron rechazados, hasta que por falta absoluta de parque tuvieron que replegarse los soldados de la guarnición, dando lugar a la invasión de esta.

Hubo un segundo enganche de gente en San Lorenzo quienes se incorporaron tanto a las filas del señor Francisco Barbosa como a las filas de Lechuga, los nombres de los siguientes: Gil Pacheco, Teodoro Castillo, Teófilo Pioquinto, Lucio Huerta, Luis Ortiz, Martín Ortiz, Juan Reyes, Andrés Navarro, Jesús Romero, Julián Tapia, Feliciano Epitacio, Amando Gómez, Sabino Mota, Roberto Ginés y otros que dijo ya no recordar.

Hubo ocasión en que Higinio Aguilar tomo una plaza importante en la sierra; Lechuga estaba en los cerros de Chapulco, al saber lo acontecido fue en auxilio de los defensores, esta vez sí contaban con suficiente municiones y contingentes, en cual pudo desalojar a Aguilar de la plaza y lo persiguió por dos estados; Puebla y Oaxaca, lo persiguió como perro de cacería, hizo todo lo posible por tenerlo en sus manos; quizá quiso cobrarse la afrenta de la toma de la plaza de Tehuacán, el contingente de Aguilar que anduvo asalto de mata perseguido por Lechuga se disolvió por los cerros cercanos a Huajuapan de León .

Esta versión de la persecución a Higinio Aguilar la supo el señor Gabino Huerta por los oficiales del General Francisco Barbosa; tiempo después la misma versión se la platicaron quienes anduvieron con Lechuga y que formaron parte de ese contingente de soldados sobrevivientes de esa encarnizada lucha entre carrancistas y zapatistas, que a fin de cuentas fue el pueblo el que sufrió las consecuencias, a Zapata ya por ese entonces se le conocía como el Atila del Sur, porque no dejaba nada a su paso que sirviera de subsistencia, fue la época del hambre o de la calamidad como le llamaron los campesinos de la región .



Fuente: Huerta, Gilberto. 2002. “ Vida y hechos del Gral. Lechuga . Pag. 223





El revolucionario Gilberto Villagómez y la muñeca
,el 14 de marzo de 1917



El 12 de marzo el general Cástulo y sus hermanos Gilberto y Enrique se reunieron con don Inés en el cerro del Yucuté, Ayuquila Oax. El 13 salieron para Ayuquililla con más de 40 hombres. Comieron ahí, y en la tarde regresaron a Ayuquila. Cenaron, y a las 8 de la noche se fueron a dormir al Cerro de la Peña porque les avisaron que en su persecución había salido de Acatlán el general Reyes Márquez con su gente, mas unos 100 carrancistas provenientes de Tehuacán.

Los Villagómez llagaron al Cerro de la Peña, y sintiéndose seguros desensillaron la caballada, acostándose adormir. A las 5 de la mañana los atacó el general Reyes Márquez. No hubo oportunidad de ensillar los caballos. Se parapetaron en los peñascos y árboles de la falda, trabándose el combate.

Mirando Reyes Márquez que no era fácil desalojarlos del cerro, lo mando sitiar para asegurar para asegurar el triunfo al menor costo posible. Los ataco toda la mañana para obligarlos a gastar parque. Arremetieron pelotones de infantería, uno tras otro, y cuantas veces lo hicieron, fueron rechazados, sufriendo los ataques grandes pérdidas.

Hacia las dos de la tarde reyes Márquez vio por sus gemelos que la gente de Villagómez estaba repeliendo el ataque con pistola, señal de que se les avía acabado el parque. Ordenó entonces carga general con lo mejor de su gente que estaba fresca, pues la que más había peleado hasta ese momento era la infantería de Tehuacán.

Los de Villagómez ya no tuvieron parque para detener el ataque. Vino la desbandada, y el desastre. El teniente coronel Enrique Villagómez peleó como león, revuelto entre los contrarios, con pistola y machete hasta casi caer muerto.

El coronel Gilberto viendo todo perdido, herido en una pierna y sin parque, montó en pelo a La Muñeca, hermosa yegua tordilla mora, de excelente clase. Tomó la única vereda que el cerro de La Peña tiene hacia la cima.

De unos 500 metros de altura, el cerro se levanta entre varias lomitas. Se compone en dos partes. Una, de base a cima, lados norte, sur y oriente, es una inmensa roca inaccesible y sin vegetación. La otra, lado poniente, es de tierra, con peñascos y vegetación breñal baja, espinosa e intransitable.

Una vereda angosta y accidentada por donde es posible caminar solo de uno fondo llega a la cima, donde hay tierra. De ahí parte de un peñón, especie de torre de unos 90 metros de altura y 60 de diámetro que nadie ha ascendido, es la cúspide de ese singular cerro. Gilberto llego pues al pie del peñón, volvió la vista hacia el campo de combate y lo vio invadido de contrarios. Se oían disparos aislados, pues su gente se había acabado. Distinguió a un grupo de jinetes subiendo por la vereda en su persecución.

Tenía la pistola y la carabina en la mano, pero sin cartuchos. La pierna herida le impedía rodar peñascos. Sabía pues que la muerte lo esperaba, ya que el odio entre ellos y el general Reyes Márquez era mutuo y mortal.

Sin recursos, solamente la fina sangre de La Muñeca podía salvarlo, o cuando menos evitarle la rabia y desesperación de ver llegar a sus enemigos injuriándolo, humillándolo, sin poder estar en pie para seguir peleando, aunque fuera con machete como su hermano Enrique.

No había vereda que seguir ni tiempo que perder. Tomo esa sublime resolución de las almas grandes. ¡Todo, menos la indignidad! Colocó su carabina a la bandolera, acercó a la Muñeca a la orilla del despeñadero para que reconociera el terreno, inmensa laja reverberando al sol del mediodía en declive de 75 grados y 200 metros de extensión. Solo verla infunde temor.

Sin embargo, ¡qué valor, que clase de jinete y cabalgadura! Con la mano izquierda Gilberto levantó por la rienda a la Muñeca, y la aventó al abismo. Con la derecha se apoyó en las ancas del animal.

Por las huellas que poco después examine con admiración y asombro, reduje que al impulso de su jinete, La Muñeca brinco a la laja, y obedeciendo a la retención y dirección que este le indicaba con la rienda, se sentó sobre sus patas traseras. Guardando el equilibrio, se fue deslizando sobre la roca materialmente patinando.

En los primeros metros el talón de las herraduras marco en la losa canalitos o estrías. Al gastarse los talones, comenzó a quedarse el hierro embarrado como jabón. Al final marcaban la patinada, restos de casco y sangre de esas heroicas patas…

Cuando Gilberto llego a terreno transitable siguió por una loma conocida como Cuchilla Rabona. Iba a más de un kilómetro de donde habían quedado los sitiadores, cuando estos los distinguieron y comenzaron a tirarle.

Por el alcance de las armas o el crecido número de tiradores –más bien, por el destino una bala entro por la espalda y partió el corazón de ese hombre extraordinariamente valiente que en el acto cayó muerto.

Minutos después los de Reyes Márquez rodeaban el cadáver del general Gilberto Villalones Rodríguez, recostado sobre el lado izquierdo. Su rostro dibujaba una sonrisa y su diestra empuñaba la pistola, sin un cartucho.

Sus acérrimos enemigos, los también valientes Juan Herrera, Teófilo García, Pepe Reyes y otros, admiraban a un gran enemigo muerto.

— ¡lastima, era un valiente! — comentó el capitán Juan Herrera.

Metros adelante, La Muñeca jadeaba bañada en sudor. Quizá esperaba se levantara su bravo jinete, o amorosa cuidaba su cadáver. Sin moverse, vio indiferente como se acercaban los asesinos de su amo. En el anca derecha tenia estampada con sangre la mano del general Gilberto. Codillos y ganchos raspados, las patas pisaban el hueso vivo por haberse acabado los cascos en el descenso de la peña.



Fuente: Escamilla José Pascual y Escamilla Guadalupe G.2003. “ Memoria de Acatlán”. Pag 62